Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1392
Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 13 de marzo de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 114, 3443-3445
Tema: Presupuestos generales del Estado para 1890-91

No quisiera, en verdad, dar motivo al señor Romero Robledo para que vuelva a usar de la palabra, ni ayer quería dárselo a S.S.; porque si no me hubiera interrumpido y yo no hubiese recelado que tomara a desaire el que de sus interrupciones no me hiciese cargo, tampoco le habría dado ocasión para que hablase hoy, porque no pensaba ocuparme de S.S.; ni había para qué; no quería ocuparme más que del Sr. Cánovas del Castillo, para defenderme de los ataques que me había dirigido, y aún para atacarle también, porque he aprendido que en la esgrima el que sólo se limita a defenderse está perdido; por eso yo al defenderme del Sr. Cánovas le atacaba, aunque sólo en la medida necesaria para responder a los ataques de S.S., pues no gusto tampoco de llevar mis ataques más allá de los que a mí se me dirigen. Pero ¿qué quiere el Sr. Romero Robledo que yo le haga? [3443]

Su señoría me interrumpió tantas veces y con tanta insistencia, que temí llevase a mal el que yo no le contestara.

No había, pues, motivo para que S.S. se molestara porque, respondiendo a las excitaciones reiteradas de S.S., leyese yo el número de sus amigos que firmaban la petición al Gobierno, resultando que eran cinco, es decir, pocos menos que todos los que forman su grupo por desgracias de partido, por las iras con que S.S. y sus amigos fueron perseguidos por el Gobierno y por todos los partidos. ¡Válgame Dios por las iras con que fueron perseguidos S.S. y sus amigos! Yo no me acuerdo qué iras serían las del Gobierno; pero menos aún sé si los partidos se acordarán de las iras con que persiguieron al Sr. Romero Robledo y a sus amigos. Después de todo, bien está que lo diga S.S., porque de esa manera, aunque haya aquí pocos parciales suyos, podrá sostener que tiene muchos en el país, pero que esos muchos no están aquí porque contra tantas iras no pudieron luchar. ¿Y a quién convence S.S. con eso? (El Sr. Romero Robledo: No pudieron luchar contra las violencias y las falsificaciones). ¡Ah, Sr. Romero Robledo; violencias y falsificaciones en las elecciones! Más valiera que S.S. no hablara de eso. (Risas. -El Sr. Romero Robledo pide la palabra).

Pero, en fin, no ha debido tomar S.S. a mala parte que yo hablara de los cinco individuos que firmaban la exposición; y tampoco el que al ver tantos, relativamente al número de amigos de S.S. que ocupan asiento en el Congreso, y al ver que eran tantos, tan buenos y de tan buena calidad, no dijera que eran casi todo el regimiento que S.S. manda; porque esa es la verdad, y ni a S.S. ni a nadie debe ofender la verdad. ¿Pero es que, aunque no lo fuera, podía haber ofensa para S.S. en ello? No; lo que hay es que S.S. ha tomado pretexto de eso, como lo toma de todo para hablar contra el Gobierno y contra mí. ¿Qué le he de decir a esto? El Sr. Romero Robledo tiene mucho gusto en ello: pues satisfágalo, que yo quedo complacido de sus ataques.

Voy a desvanecer sólo un error de S.S., porque del juicio que ha hecho de ciertos actos no me he de ocupar esta tarde, puesto que lo ha emitido ya S.S. muchas veces y en todas ha sido contestado. Se conoce que no tiene otros cargos nuevos que hacer cuando repite tanto los anteriores. Pero si quisiera decir algo acerca de ellos al Sr. Cánovas del Castillo, que ha tenido esta tarde el mal gusto de imitar en eso a S.S.; y como fue el Sr. Cánovas del Castillo el primero que los indicó, dejo mi respuesta para el Sr. Cánovas del Castillo, que también podrá el Sr. Romero Robledo aplicársela cuando llegue el caso.

Por lo demás, S.S. supone que la participación que tomaron sus amigos y otros individuos de las fracciones de oposición sería debida a que la mayoría, tomando la iniciativa, fue a buscar a las minorías. No. Está S.S. perfectamente equivocado; voy a decir a S.S. quién tomó en esto la iniciativa: la tomó el Sr. Conde de Toreno. (El Sr. Romero Robledo: Ya lo creo; atestiguando con muertos?). No, Sr. Romero Robledo, atestiguo con vivos que están aquí. (Algunos Sres. Diputados: Es verdad. Es verdad). Hace diez meses, apenas se supo el pensamiento y el acuerdo del Gobierno, los Sres. Diputados asturianos se reunieron en una de las Secciones del Congreso, y se reunieron para tres cosas: para una cuestión de armas relacionada con la fábrica de Oviedo; para una cuestión de consumos, y muy principalmente para la cuestión de las Audiencias, cuya conservación deseaban y querían defender. De esa junta, celebrada en una de las Secciones del Congreso con toda la solemnidad y resonancia que tienen las reuniones que celebran los señores Diputados en las Secciones de esta casa, fue nombrado presidente honorario el Sr. Marqués de Barzanallana, y presidente efectivo el Sr. Conde de Toreno, y esa Junta nombró una Comisión, que pudiéramos llamar ejecutiva, cuyo objeto era gestionar la resolución favorable de las cuestiones de que he hablado antes, y gestionar principalmente el mantenimiento de las Audiencias que el Gobierno quería suprimir, y de esa Comisión también fue nombrado presidente el Sr. Conde de Toreno. ¿Sabe S.S. por qué esa Comisión no se presentó al Gobierno? Porque después se celebró una junta general de más señores, digámoslo así, de Diputados, no sólo asturianos, sino gallegos, castellanos, navarros, de todas las provincias de España, y de Senadores, y como esa Junta general tomó a su cargo gestionar la conservación de las Audiencias, la primera Junta regional de Asturias se consideró pequeña y se disolvió para ayudar a la Junta general.

Se ve, pues, que la iniciativa en este punto no fue tomada por los individuos de la mayoría. (El Sr. Romero Robledo: Lo sería por la Junta general). No; porque ya se había iniciado por otra Junta, ya había formado un Comité. De modo que, cuanto más se trata esta cuestión, créalo el Sr. Romero Robledo, es peor para S.S. y peor también para el Sr. Cánovas del Castillo, porque al fin y al cabo el Sr. Cánovas del Castillo se ha extrañado de que yo calificara de inoportunos los ataques que S.S. me dirigió y dirigió al Gobierno con motivo de esta cuestión, y no debiera extrañarlo S.S., porque yo creo que no era oportuno lo que S.S. hizo.

Señores Diputados, sea como quiera, fuera por desconocimiento de S.S., fuera por lo que fuese, lo cierto es que por espacio de ocho o diez meses estuvo formándose una atmósfera que todo el mundo veía, menos S.S.; que cuando esa atmósfera se formaba por amigos de S.S., por hombres importantes del partido conservador y de los demás partidos, S.S. dejaba que se condensase sin protesta, y que cuando esa atmósfera, formada por lo menos sin oposición alguna de parte de S.S., viene al Congreso, entonces S.S., para deshacerla, arremete contra sus amigos y contra el Gobierno.

Pues yo digo que S.S. ha hecho mal en lo que ha hecho maltratando a sus amigos, y creo que los ha maltratado; porque si se tratara de una cuestión en que uno de ellos hubiera faltado a la disciplina, bien hecho estaría lo que S.S. hizo; pero cuando el señor Cánovas ha podido evitar que sus amigos tomaran esa actitud y se comprometieran con el Gobierno y el Gobierno con ellos, venir a excomulgarlos, como si de eso no hubiera tenido noticia alguna S.S..... (El Sr. Cánovas del Castillo: No hay tal excomunión). Me alegro de esa interrupción por el Sr. Vizconde de Campo-Grande, porque realmente yo creía que S.S. había lanzado el rayo de la excomunión sobre la venerable cabeza de tan digno individuo del partido conservador. (El Sr. Cánovas del Castillo: No me tengo por Papa). No le llamemos rayo de excomunión: llamémoslo desautorización. (El Sr. Cánovas del Castillo [3444]: Pues para este caso concreto). Pues para este trío concreto creo que ha sido eso inoportuno. (El Sr. Cánovas del Castillo: Su señoría se mete en lo que no le importa). A mí me importa un poco más la disciplina del partido conservador de lo que a S.S. le importa la disciplina del partido liberal, según las muestras que acerca de esto ha dado constantemente S.S.; que por lo demás, respecto de lo que S.S. haga con sus amigos, claro está que no me importa; allá ellos se entenderán con S.S.

Pero, en fin, de todo eso resulta que S.S. pudo desautorizar al Sr. Vizconde de Campo-Grande y a los demás Sres. Diputados pertenecientes al partido conservador que con él han firmado la enmienda y que con él han gestionado el mantenimiento de las Audiencias, cuando emprendieron ese Camino; pero haberles permitido que continuaran en él, haber presenciado en silencio todo ese movimiento, y cuando se ha realizado todo eso venir a desautorizarles, francamente le digo a S.S. que no lo entiendo. (El Sr. Cánovas del Castillo: A su hora). ¡A su hora, Sr. Cánovas del Castillo! (El Sr. Gurrea: Recuerdo que tengo pedida la palabra, Sr. Presidente).

Pero dice el Sr. Cánovas del Castillo: "¿Qué importa? Eran 13 por lo visto, y yo dispongo aquí de 73 ó de 74 Diputados, y contando con los Senadores, reúno un total de 160 ó de 200 amigos". No, señor Cánovas del Castillo; la cuestión no está en el número; y además que esos 13 son los que firman la exposición; pero créame el Sr. Cánovas del Castillo, había otros muchos que estaban en la misma corriente, que trabajaron lo mismo que los señores que han firmado la exposición, que dieron los mismos pasos que formaron parte de la Comisión, que asistieron a la Junta y que hicieron exactamente lo mismo que han hecho los firmantes de la exposición. (El Sr. Cánovas del Castillo: Basta con que yo crea la lista). ¿No cree S.S. que el Sr. Conde de Toreno presidió una Junta en la cual se trató de este asunto y que sí nombró una Comisión? (El Sr. Cánovas del Castillo: No lo creo ni lo dejo de creer, porque lo ignoro; pero mientras no se me pruebe, no lo creo. -El Sr. Suárez-Inclán: Pido la palabra). Pero el Sr. Cánovas del Castillo, que pretende ignorar lo que todo el mundo sabe, dice que el Gobierno tenía un medio de haber conocido la opinión del partido conservador en esta materia, y era el de habérselo preguntado a él. Es verdad; yo no digo que no se pudiera haber hecho eso, y lo habría hecho, de seguro, si no hubiese visto que personajes importantes del partido conservador, y muy allegados a S.S., tomaban esa actitud.

Yo creía que por lo menos esa cuestión era libre dentro del partido conservador; porque cuando a la Comisión que se me presentó le contesté que en manera ninguna podía ceder a su petición, y que el Gobierno sostenía el acuerdo adoptado en Consejo de Ministros, y que vendría a las Cortes a sostenerlo con su voto y con su influencia, entonces se me hizo la observación que ya indiqué ayer: que puesto que yo era inflexible sosteniendo la supresión de las Audiencias, por lo menos hiciera dentro de mi partido lo que hacían ellos dentro del suyo, que era, considerar libre la cuestión, considerarla independientemente de los partidos; considerarla, no como una cuestión política, sino como una cuestión que interesaba al país, y en la cual, cualquiera que fuese la opinión de cada Diputado y de los partidos a que pertenecían, pudieran opinar como lo creyeran mejor a los intereses del país.

Eso se dijo; pero además, no había necesidad de decirlo, porque si no se hubiera dicho y eso no fuera verdad, resultaba que esos individuos del partido conservador y de los demás hacían traición a sus partidos. (El Sr. Pons: Pido la palabra para una alusión personal). Si esos individuos no hubieran creído que no era una cuestión de partido? (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Hacen traición al Gobierno los individuos de la mayoría que van a votar la enmienda? -Rumores. -Los Sres. Suárez- Inclán y Pidal y Mon pronuncian palabras que no se oyen). Pero si esos individuos hubieran sabido que su partido no hacía eso? (El Sr. Suárez-Inclán, D. Félix, dirigiéndose al Sr. Pidal: ¿No protestó S.S. cuando tomamos el acuerdo? -El Sr. Pidal y Mon: No es exacto lo que S.S. dice; y si las demás noticias que tiene son por ese estilo, puede pedir que le devuelvan el dinero. -Grandes rumores). [3445]



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